Carmen
Terminó de maniobrar con su caro coche dejándolo, como siempre; perfectamente encajado en su parte del garaje, con el espacio suficiente para abrir cualquiera de las puertas cómodamente.
Pero no había más ocupante en el coche que ella misma. Nunca el coche había albergado más de un ocupante. Nunca nadie más que ella.
Cogió el maletín con la derecha mientras sacaba las llaves con la izquierda y salió del coche, cerrando la puerta con una cadera de medio siglo; pero en perfecta proporción con el resto del cuerpo y sin una sola estría.
Taconeó en el eco de la lóbrega cochera y se dirigió, mientras la gran y pesada puerta de entrada se cerraba; a la otra puerta, la de salida, en la casi completa oscuridad. Veintiún pasos justos más tarde, alzó el llavero y tanteó una llave más grande que la del coche. La introdujo en la puerta y giró dos veces. Clac. Virar la manivela noventa grados.
Suspiró entrando y cerrando la puerta tras de sí, fantaseando sobre su trabajo, que si fuese igual de fácil cerrar tratos como cerrar puertas ella sería la mejor. Aunque ya lo fuese.
Frunció nuevamente el ceño ante el desastre de ese día, el primer trato del año, millonario; que no había sabido manejar.
Comenzando a sentir la ira en las venas, se quitó los tacones ante puerta del ascensor, cogiéndolos por el tacón de aguja en la mano del maletín.
Encajó la tercera llave y la giró, sintiendo justo en ese momento una ráfaga de aire frío en la nuca. Leve, muy leve; pero le puso los pelos de punta. Se giró mientras los encajes de las ruedas de maquinaria se empezaban a poner en marcha desde la azotea. No vio nada en la oscuridad, pero tampoco deseó darle al interruptor, un par de pasos por detrás de ella. Ella jamás retrocedía.
Llegó el ascensor y se abrió a sus espaldas, desplegando una ráfaga de luz que aprovechó para comprobar lo que ya sabía, no había nada más que polvo y nada.
Se volvió, encontrándose cara a cara con una figura de negro, de su altura; a menos de quince centímetros.
Suprimió en su garganta un grito de sorpresa, pero alzó las manos incontrolablemente en ademán inconsciente de protección.
La examinó rápidamente, era mujer, pero joven; era pequeña, pero parecía resistente. Era el negro que llevaba lo que la hacía parecer poderosa.
El rostro limpio, la miraba de frente, sin volver atrás.
- ¿Cómo has llegado tú aquí?-. Fue lo primero que se le ocurrió preguntar, mientras la obligaba a entrar de nuevo en el ascensor, entrando ella.
El ascensor no era tan pequeño, pero ella; la desconocida, se colocó pegando a la pared. Donde ella se colocaba siempre para no verse reflejada en el espejo con las arrugas, los años, el estrés…
De todos modos no quiso verse, y se colocó a su lado. Le llegó su perfume, denso; en cuando se colocó a su lado. Antes no había percibido nada.
Esperó a que le respondiese, pero ella simplemente la miraba, curiosa. La puerta se cerró y Carmen pulsó el uno, su piso.
La muchacha empezó a esbozar una sonrisa en la comisura izquierda.
Seguía sin responder.
La ráfaga de aire la volvió a recorrer, esta vez se paseó por su espinazo, provocándole otro escalofrío.
- ¿No tienes educación?
La sonrisa se amplió hasta llegar a ser una pequeña, pequeñísima risa sádica. Tras lo cual, volvió a su seriedad.
Empezó a asustarse, el ascensor había comenzado a subir, pero no había parado en la primera planta, seguía subiendo. Miró en indicador, que marcaba uno. Pero no subía, parpadeaba. Uno, uno, uno.
Se volvió a la chica, que la miraba intensamente.
- ¿Qué…?
La risa sádica volvió, esta vez más fuerte y más larga. Su palidez se había vuelto extrema, y el negro de su ropa se fundía entre sí
- ¿De qué coño te ríes?
- Mírate en el espejo-. La voz era melódica, suave; pero la carcajada parecía resonar en el hueco del ascensor, profunda, hiriente.
Miró de nuevo el número rojo, uno, uno, uno, uno; y sufrió un pequeño temblor en la pierna izquierda que atribuyó a la tensión acumulada durante el día
Para asegurarse de que lo que le estaba pasando era real, cogió a la chica del antebrazo, fuerte; muy fuerte, y la miró a los ojos mientras se acercaba a ella. Un deseo imperioso de saber su nombre, de saber que era real como ella misma; la inmovilizó, inundándola.
- ¿Cómo te llamas?
- Mira el espejo-. Se limitó a repetir.
La mujer le hizo caso, pero la arrastró consigo; no pudiendo soltarla.
Se miró intensamente en el espejo.
- Felicítate, me has olido, y por eso estás en un limitado limbo.
- ¿Qué es esto?
- Eres tú
- ¿Y tú porqué no apareces reflejada?
- Mira bien; justo encima de tu cabeza.
Carmen miró, sin comprender; que se reflejase tumbada, estando de pie. Pero tampoco ella parecía ella, estaba empezando a cubrirse de una sangre que no podía ser suya, ella estaba de pie, viva, sin mancha alguna.
- ¿Qué?-. No comprendía lo que estaba viendo.
- El escalofrío que te ha recorrido hace un momento, era tu columna chasqueando, invitándome a tomarte; el pequeño temblor de tu pierna era tu último espasmo de vida, afirmándome que eras mía. Estás muerta, Carmen.
Se miró y miró la sombra que planeaba sobre su cabeza, y miró a la muchacha que había a su lado. Era realmente blanca, y su olor se expandió en una onda que la golpeó en el estómago y que rápidamente pareció desaparecer. Los labios se habían vuelto rojos, los ojos parecían delineados en sombras negras, los ojos, sus ojos… ¿Eran blancos? ¿Dónde estaba la pupila, el iris?
- No, yo no llevo lentillas.
Soltó su brazo de la delgada joven como si quemase, y se dio la vuelta para mirar el reflejo hecho realidad. Su cuerpo descansaba, con sangre derramándose lentamente de su sien; las piernas torcidas y la espalda deshecha. El maletín y los tacones en su mano, la falda crema; plisada. Sintió el dolor, dentro, hondo, profundo.
La sombra planeando sobre su cabeza. La chica, inexistente.
- Ella es La Santa Muerte, acaba de cobrar tu vida. Pero yo soy diferente. Soy un vampiro. Yo, y nadie más, tomaré tu alma. Por más que griten. ¿No los oyes?
En ese momento, golpes continuados, gritos; parecieron surgir de todas las paredes del ascensor. Un chasquido fuerte, proviniendo de la muchacha sin reflejo, hizo que pararan
- Eres especial, ¿sabes? Te damos tantas explicaciones porque si hubieses llegado a ser madre, tu niño hubiese sido el Anticristo. Y tú hubieses sido nuestra reina. Qué lástima, ¿no?
La risa sádica volvió, mientras la sombra desaparecía y los golpes regresaban. Cuando la risa terminó, los golpes cesaron.
- Mi nombre, es Dianne.
Y se lanzó ávida a la que en otras circunstancias hubiese sido su Ama.
Lady Misanthrope
Dedicado a Sinister y sus divertidos accidentes en ascensores, es realmente lo mejor de mi semana. Proximamente, fotos del lugar de los sucesos.
lunes, 19 de abril de 2010
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Y está enfadada
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Manson
El mal existe, y está en ti~
Manson y su belleza~
¿Por qué la gente desea ser hermosa? Para ser amados, aceptados, terminar con su miedo a ser excluidos. Después de años de no ser aceptado me dí cuenta, ¿Por qué no crear tu propio standard y dejar que sean otros los aceptados o rechazados por ti? Nosotros hemos revertido toda la idea del fascismo de la belleza y la hemos reemplazado por nuestro propio standard. La destruimos para crear un nuevo camino.







Que capulla...alfinal pusiste mi nombre XDDD
ResponderBorrarSi, fue MUUY divertido, aunque lo pase yo peor que ella, que pensaba que le iba a dar un infarto, y eso que ese dia no llevaba los labios negros XDDDD!!!!